La queja es una amiga infatigable; nos despierta cada mañana cuando vamos a trabajar; espera junto a nosotros en la cola del supermercado; nos acompaña en el atasco de tráfico, al mirarnos al espejo o cuando el ascensor está estropeado. Es el mejor recurso en cualquier conversación y está siempre presente cuando hay un repentino cambio de planes.
Así, poco a poco, entre todos, vamos construyendo nuestro particular mundo de la queja, pero no nos paramos a pensar qué es lo que nos aporta y de qué manera influye en nuestra vida, en nuestras relaciones, ya que, cuando nos quejamos contribuimos a aumentar el malestar a nuestro alrededor; la queja sólo es beneficiosa cuando se convierte en una motivación para superarse y no cuando nos estancamos en ella y no hacemos nada para cambiar. No se trata de que no podamos compartir con los demás aquello que no nos gusta, sino de saber que utilizar continuamente la protesta puede dañar nuestra salud emocional y la de los que nos rodean.
Lo ideal sería entrenarnos en el agradecimiento. Una vez leí que nuestra capacidad de valorar lo que tenemos es lo que nos permite disfrutar plenamente de nuestra existencia, centrándonos en lo que está a nuestra disposición y no en lo que nos falta. Hay un sinfín de pequeñas cosas cotidianas por las que sentirse agradecidos y si nos acostumbráramos a pensar en ellas más a menudo, seguramente venceríamos la tentación de caer en el pesimismo y el lamento.
Naturalmente esto no se consigue de la noche a la mañana, pero si somos conscientes de las veces que nos quejamos por pequeñas cosas sin importancia, poco a poco, seremos capaces de destruir un hábito tan dañino.
Yo creo en ello y, aunque caigo a menudo en esta costumbre, procuro salir de ella teniendo en mente a Alberto; su actitud positiva, la felicidad que expresa cuando sale a pasear, cuando ve a alguien conocido, cuando come algo que le gusta...hace que sea un referente para mí. El reto está en observar los pensamientos y las palabras que utilizamos para que, en vez de la queja, encontremos algo que agradecer de corazón.
Y hoy, en mi trocito de cielo, esta canción de Manuel Carrasco nos ayudará a darnos cuenta de lo afortunados que somos; mira su letra.
Manuel Carrasco - Soy Afortunado
Tengo una risa con dos añitos
Que quita el sueño
Un pucherito lleno de familia
Que alimenta el alma
Un ladrido en la azotea
Que sin excusas me acompaña
Un recuerdo clavaito en la pared
Que mis miedo los espanta
Tengo un amor, tengo un amor
Que quita el sueño
Un pucherito lleno de familia
Que alimenta el alma
Un ladrido en la azotea
Que sin excusas me acompaña
Un recuerdo clavaito en la pared
Que mis miedo los espanta
Tengo un amor, tengo un amor
Que por mis huesos se dejó mi corazón
Tengo otro amor, tengo otro amor
Que peina cana y se apellida igual que yo
Tengo un sueño,
Que ni un pirata ni un gobierno va a romperlo
Tengo un amigo que me acompaña al infierno
Y tengo un beso de madrugá
Que ilumina el alma
Mi compañerita sin ti...
Todo me falta
Un vino, una puesta de sol
Un fandango de Camarón
Que no soy un pobre porque no tenga dinero
No tiene que ver, soy afortunado
Porque los mayores tesoros que tengo
No los he comprao
Tengo otro amor, tengo otro amor
Que peina cana y se apellida igual que yo
Tengo un sueño,
Que ni un pirata ni un gobierno va a romperlo
Tengo un amigo que me acompaña al infierno
Y tengo un beso de madrugá
Que ilumina el alma
Mi compañerita sin ti...
Todo me falta
Un vino, una puesta de sol
Un fandango de Camarón
Que no soy un pobre porque no tenga dinero
No tiene que ver, soy afortunado
Porque los mayores tesoros que tengo
No los he comprao
Qué razón tienes hermana. Y que bien lo expresas.
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