Ser maestra es ponerse cada mañana el vestido de la imaginación y la ilusión para llevar a tu clase un pedacito de ti. Siendo maestra he conocido un mundo firmado por montones de opiniones diferentes, que me han permitido darme cuenta que uno no tiene la verdad absoluta y que mis asuntos nunca son más importantes que los de los demás ,o que mis problemas nunca son más graves que los de cualquier otra persona. En mi clase he aprendido más, que enseñado.
A lo largo de estos años he guardado en los bolsillos de mi bata de profesora tantos recuerdos como niños he conocido y ellos han sido los principales culpables de que no haya tenido tiempo para lamentarme por los avatares de la vida. Cuando entras en la clase, tu mundo pasa a ser el suyo y no puedes, ni debes, cargar en sus mochilas tus preocupaciones.
Hoy, sin embargo, me gustaría compartir algo con vosotros. En esta semana, el grupo de alumnos de segundo de bachillerato se gradúa. Podría parecer una graduación más, como todas las que se celebran en el colegio año tras año, pero siempre relacioné a esta promoción con Alberto, por su edad y por su relación con algunos niños del grupo, así que, aunque escriba siempre en estas páginas sobre la entereza y la fuerza para afrontar su discapacidad, hoy no puedo dejar de pensar lo bonito que hubiera sido ponerle la beca, abrazarle en un día así y verle rodeado de sus compañeros.
Sé que Alberto se gradúa todos los días en cariño, en paciencia, en ternura y en mil cosas más, y con eso me basta, así que pido perdón a la vida cuando me dejo llevar por emociones como esta, pero todos, queramos o no, al tener un hijo, proyectamos en él nuestros anhelos y sueños, y no siempre es fácil borrar de tu corazón todo aquello que imaginaste.
Por ello, mañana será un día de sentimientos encontrados, aunque sé que celebraré con orgullo el comienzo de una nueva época para estos chicos y chicas que, un día, llegaron al colegio con cara de asustados de la mano de unos papás más asustados aún, pero que suplieron mi tristeza con sus sonrisas y su inocencia.
En mi trocito de cielo, una historia de coraje y fuerza narrada por una mujer que, pese a su discapacidad, es capaz de sonreírle a la vida con un humor increíble.
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