Cuenta una leyenda celta que hace miles de años los humanos vivían en contacto directo con sus ángeles guías o ángeles de la guarda y que, por algún motivo, tuvieron que dejar de vivir conjuntamente con ellos. Los ángeles, apenados, regalaron a los humanos unos colgantes de plata esféricos que, al agitarlos, sonaban como campanillas y les explicaron que si se sentían en peligro o desprotegidos, sólo tendrían que agitar las esferas y ellos, al escuchar el sonido, acudirían en su ayuda o compañía.
Hoy en día, a menudo, nos sentimos como nuestros antepasados, solos y desprotegidos, y nos gustaría encontrar una mano guía que nos ayudara en momentos de soledad o abatimiento. Ojalá, entonces, fuera tan sencillo como agitar un pequeño colgante. Sin embargo, es en esos momentos en los que deberíamos darnos cuenta de que nuestro llamador de ángeles se encuentra en las pequeñas cosas de la vida y es nuestra capacidad de asombrarnos con todo lo que tenemos la que hace sonar la campanilla.
Alberto me ha enseñado a valorar lo sencillo, el día a día, el poder de una sonrisa o una mirada agradecida.
En mi trocito de cielo hoy quiero dejaros esta fotografía de mi hermano José Miguel. En ella se refleja el poder de un instante, de un momento que pasará y nunca más será exactamente igual. También os dejo el enlace a sus fotografías, que son preciosas.Y no olvidéis activar vuestro llamador de ángeles. Podéis comentar en el blog vuestra manera de hacerlo. ¡Hasta pronto!
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